Cap. 10
Muy temprano a la mañana (como a las 11:00 hs) nos vamos para Sitges a ver maricones.
El viaje es lindo, el tren pasa a través de la montaña y yo voy escuchando un disco de Zappa, pero inevitablemente me pasa lo de siempre que subo varios pisos por escalera. Se me tapan los oídos y ya no escucho nada hasta que me encuentro al nivel del mar.
Y allí llegamos. El lugar se parece un poco a Piriápolis, de Uruguay y nos gusta tanto que fantaseamos con venirnos a vivir aquí y poner un negocio de venta de choripán en la playa.
Mariones no hay muchos, vemos dos o tres solamente y me siento un poco decepcionada.
Lo que sí hay son gatos. Es increíble ver cientos de ellos desperdigados por la playa.
Creo que en lugar de ser la Meca de los gays, Sitges es el país de los gatos sin prejuicios ante el agua y la arena.
También hay algunas chicas haciendo top-less y tratando de acaparar los últimos soles que quedan como de regalo. Mi chico se pone en pelotas y se va a nadar al Mediterráneo, ávido de aventuras.
Mientras tanto me duermo una siesta en la arena, para bajar la espectacular parrillada de mariscos que nos hemos mandado hace apenas unas horas, y además, para el hecho en sí mismo, que es una de las únicas actividades que me interesan realmente desde hace unos días.
Cuando despierto me doy cuenta de que es tarde y había quedado con Cesc a las siete en una estación del metro, para ir a lo de Uge. Pero, a esa hora tengo que ir a buscar los anteojos que rompí la noche anterior y todo
se complica. Lo llamo a Cesc y le cuento mi tragedia, cosa que no toma muy bien. (los catalanes parecen ser muy estrictos en eso de horarios y promesas, excepto mi Sergi, claro está...) Así que lo desentiendo del tema, le pido que me explique como llegar, que yo me arreglo, porque, a esta altura soy una chica de mundo...
Llegamos a casa Puertas como a las nueve. No puedo cambiarme la horrible blusa amarilla yema de huevo que llevo, que a mi chico le gusta tanto, pero me lavo un poco la cara, me mojo el pelo y me perfumo un poco, como para disimular el no haberme bañado. Igual, los 400 kilos de arena que llevo en mis zapatillas no son fáciles de ocultar.
Hacemos 150.000 combinaciones de metro hasta llegar al punto adonde no sé donde mierda estoy. Lo llamo a Cesc, quien no tiene ninguna intención de venir a buscarme allí. Me explica como llegar y empezamos a caminar con indicaciones que no entiendo bien. Hospitalet es un barrio muy parecido a cualquier barrio, pero es de noche y todo el mundo habla en catalán. Decirle a cada cara amigable que se cruza: - Força al canut! (la única frase que me aprendí hasta ahora) me parece que puede dar para malos entendidos, así que no pregunto nada a nadie y seguimos caminando por esas calles laberínticas.
Cuando estamos a punto de tomar el metro de vuelta, se nos acerca una chica sonriendo y preguntando por mi.
Es Montse, que esperaba a alguien con gafas (esto me hace pensar que Cescnunca me ha mirado bien, porque yo no uso gafas, excepto para leer o que el sol no me joda...)
De entrada compruebo que una vez más debo pasar por un rito iniciático: loscinco pisos que hay que subir por escalera. Montse parece una gacela pegando saltitos y riéndoseme en la cara por mis síntomas de enferma terminal.
Lo primero que veo al entrar al departamento de Uge es un cuadro horripilante firmado por un tal Barragán. Tiemblo al pensar que puede ser de su autoría.
Nos sentamos a comer. Uge ya comienza a bostezar. (es evidente que no está en las condiciones óptimas para entregarme su virginidad) La tortilla de Montse es mejor que la que hago yo, lo cual me reconcilia con
la cocina típica española.Y además hay cervezas en botellas de 3/4, que son todo un homenaje.
Cesc y Montse hablan todo el tiempo. Se llevan muy bien los dos. Yo pienso que a veces el amor está muy mal repartido. Uge comienza a roncar, mi chico se prende a la conversación hipernacionalista de los otros dos y reafirmo que la vida es una cosa rara y mal hecha desde el principio, sobre todo cuando empiezo a darme cuenta que no soy el centro de atracción de la noche y además, que las cervezas se han terminado.
Cuando alguien nota que comienzo a sufrir el síndrome de abstinencia, me convidan con una especie de caipirinha, creo que de las Baleares o algo así. No está mal, pero no logra demasiado efecto. En España toda la bebida que hetomado tiene bajo efecto. Esto no quiere decir que no me haya emborrachado,
sino que para conseguirlo he tenido que consumir cantidades mayores a las
habituales, lo cual aniquiló mi presupuesto.
Cuando Uge se despierta, llega el momento fatídico: me pregunta que qué me parece el cuadro ese...
No sé bien que hacer, no puedo mentir, pero tampoco decir estrictamente la verdad... Así que para atenuar lo que pienso, comienzo a hablar de "teorías de color" y mil boludeces más absolutamente inconsistentes y sacadas de la
galera. Creo que la embarré para toda la vida, porque resultó que era un cuadro de
su hermana. Y, como todos sabemos, normalmente "una hermana" es un ser querido y respetable, en la mayoría de los casos. Así y todo la cosa no pasa a mayores, aunque Eugenio está casi definitivamente dormido, lo cual nos invita a salir por donde entramos y con la sensación de que la hemos pasado muy bien, a pesar de las cuestiones
pictóricas irresolubles. (la tortilla ayudó... y mucho) Nos vamos a un pub ¿irlandés? Y Cesc se empecina en aumentar su delirio alcohólico contándonos sobre la flora y la fauna del Peloponeso y otros detalles más que prefiero omitir. El momento apoteótico de la noche es cuando vuelve a ponerse en mi contra y a favor de mi chico cantando loas a Deep Purple. Y yo, que soy una zeppeliana de ley no puedo justificar de ninguna manera tamaño desplante. Y me entran ganas de hacer pis.
Cuando voy al baño, por más que me indican dónde está, no logro encontrarlo, así que me meto en el de hombres. Pero esto me ha pasado tantas veces, que resulta, incluso hasta aburrido.
Mañana es mi último día en Barcelona. Veré como me las ingenio para quedar con Sergi y poder charlar con él de nuestras cosas, al menos unos diez minutos seguidos.